Como Sino Pasara Nada
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- 3 jul 2015
- 7 Min. de lectura

En un intento absurdo de alargar el día, Valeria estaba acostada en el sofá frente al televisor cambiando de un canal a otro. Ya eran más de las doce de la noche y Valeria se dejaba dormir a ratos, sus parpados le decían que ya era hora de irse a la cama. Un sonido como metálico proveniente del otro lado de la casa, donde vivía con su hija Lara de cuatro años, la despertó de uno de sus momentos de sueño en aquel sofá. Abrió los ojos, y llevando su mirada de la tele a la oscuridad del pasillo buscó qué era lo que podía haberla despertado. Lara dormía en su habitación desde hacía unas horas, y Valeria preocupado por que le hubiera ocurrido algo a su hija se dispuso a ir a su habitación. Apagó la tele y sin apartar la mirada de la oscuridad del pasillo, tomó impulso para levantarse del sofá. En ese momento su intención se vio congelada al ver aparecer por el pasillo a su pequeña Lara lista para ir a la guardería, completamente vestida y con su mochilita azul en la espalda. En el rostro de Valeria se dibujó un gesto de absoluta confusión. Por su parte, Lara miraba a su madre desde la puerta que separaba el pasillo del salón con indiferencia. Extrañada, Valeria dirigió su mirada automáticamente al reloj que había colgado en la pared junto a dicha puerta y comprobó, efectivamente, que no era más de la una de la madrugada. Tras leer el reloj durante dos segundos seguidos volvió a dirigir su mirada a Lara, que en silencio seguía de pie junto a la puerta mirándola. Entonces en un intento de aclarar lo que estaba pasando Valeria preguntó a su hija:
- ¿Qué haces ahí? ¿A dónde vas Lara?
Lara como si estuviera sorda y sin inmutarse en absoluto se mantuvo en silencio mirando a su madre. Cuando Valeria le estaba pidiendo explicaciones se percató que Lara estaba completamente vestida, algo que impactó a aquella madre que sabía perfectamente que su hija era incapaz de vestirse sola. Sin creerse lo que estaba viendo, a Valeria le parecía estar viendo un fantasma, y fue entonces cuando relacionó la presencia de su hija con el sonambulismo. Para Valeria estaba claro, Lara se comportaba así porque aún permanecía dormida aunque no lo pareciera. Valeria se levantó finalmente del sofá y se acercó a su hija lentamente. La niña al ver que su madre se acercaba sonrió levemente y estirando los brazos esperó que su madre la levantara. Valeria tomó a Lara del suelo y, la niña se apretó fuertemente contra el pecho de su madre, como si hiciera días que no la veía. Así, las dos juntas fueron hasta la habitación donde Valeria acostó nuevamente a su hija.
Aquella noche Valeria no pudo dormir mucho y a la mañana siguiente se despertó con la sensación de que algo había cambiado en su vida, pero no sabía explicar que era exactamente. Así, Valeria sin entrar al baño fue directamente a despertar a Lara como cada mañana. A Lara le costaba mucho levantarse de la cama todas las mañanas, y Valeria se acostaba junto a ella y suavemente la llamaba por su nombre acariciándole las mejillas hasta que se despertara. Sin embargo esa mañana, Valeria preocupada por su hija se acercó a la puerta de su habitación, y para su sorpresa Lara ya estaba despierta, sentada en el borde del colchón de su cama, vestida con su pijamita, balanceando sus piernas en el aire mientras se miraba las manos que apoyaba sobre su cintura. Valeria se asomó y Lara giró su cabeza para mirarla, la madre se acercó hacia la niña con una incómoda sonrisa, ya que esa no era la rutina de todas las mañanas; el sentimiento de que algo había cambiado en su vida de nuevo se hizo presente. Valeria de todas maneras tomó a su hija en brazos le dijo suavemente:
- ¡Buenos días princesa!
Luego de llenarla de besos la apretó contra su pecho y susurrándole le preguntó:
- ¿Has dormido bien? ¿Lista para ir a la guardería?
Lara se había agarrado fuertemente al cuello de su madre y no emitía sonido alguno. Valeria, viendo que su hija no le respondía, sin dejar pasar los segundos y en un intento de mostrarse a sí misma una falsa despreocupación por el silencio de la niña, balanceándose las dos abrazadas de un lado a otro, Valeria dijo:
- ¿Te han comido la lengua los ratones?
Lentamente Valeria la separó de su pecho y la volvió a sentar en el borde del colchón y poniéndose frente a ella de cuclillas contempló los verdes e inocentes ojos de Lara intentando adivinar a través de su mirada qué le ocurría. Así, con cierta angustia e impotencia, Valeria vistió a su hija, y Lara luego acompañó a su madre a que se vistiera también. Lo que notaba en ese momento Valeria es que Lara parecía tener un fuerte dependencia de su madre, más de lo normal; pero a su vez parecía que estando sola se comportaba con una independencia que no era propia de su pequeña de cuatro años. Más tarde en el baño, Valeria observaba a través del espejo a su hija, que sin quitarle la mirada de encima seguía sin decir ni una palabra. Fue entonces cuando Valeria se dio cuenta de una cosa que la paralizó, había sido la mañana del día anterior cuando ella pensó sobre la ropa que le pondría a su hija al día siguiente, esa ropa era la misma que Lara se había puesto cuando caminaba sonámbula por la casa. Cualquier otro día Valeria hubiera pensado que era una coincidencia, pero desde aquella noche sucesos inexplicables se sucedían uno tras otro; Valeria ya no creía en casualidades, y ya no tenía tan claro que su hija hubiese estado sonámbula la noche anterior.
La madre salió del baño con su hija en brazos y se dirigió a la cocina, allí Valeria sentó a su hija en su sillita y se puso a preparar el desayuno. Lara callada sin apartar la vista de su madre aguardaba el desayuno. Entonces Valeria puso un paquete de galletas sobre la mesa, una botella de leche y un par de piezas de fruta, y antes de que se sentara a desayunar con su hija, su teléfono móvil empezó a sonar en su habitación. Valeria entonces salió corriendo hacia su habitación. Nada más ir a atender la llamada, se produjo un ruido en la cocina de un objeto golpeando contra el suelo. Valeria, temiendo por su hija, volvió corriendo a la cocina, donde se encontró la botella de leche caída en el suelo encharcándolo todo. Sobre la mesa estaba Lara a cuatro patas metiéndose con una mano galletas en la boca, mientras que con la otra mano apretaba un kiwi, clavándole las uñas y destrozándolo; parecía una niña salvaje con un ansia incontrolable por la comida. Ante aquel panorama, Valeria se quedó de piedra, y por un segundo dudó sobre qué hacer primero, pero cuando reaccionó fue rápidamente a bajar a su niña de la mesa, y luego a levantar la botella del suelo que seguía vertiendo leche. Valeria apoyó la botella sobre la mesa y cerrando los ojos de sus pulmones salió un profundo suspiro, inmediatamente después abrió los ojos y miró a Lara que inexplicablemente había pasado del ansia descontrolada al máximo estado de calma; tal y como llevaba desde que se levantara de madrugada.
La sensación de que algo no iba bien era tan fuerte que Valeria sin pensarlo ni un segundo más decidió llevar a que la viera un médico. Entonces, subió la niña al coche y condujo hasta el hospital más cercano. Valeria confiaba en que los médicos de urgencia le dieran alguna explicación racional del extraño comportamiento de su hija.
Una vez en las proximidades del hospital, Valeria notó que la calle estaba atestada de coches, aquello no era normal, sin embargo después de dar muchas vueltas con suerte encontraron donde aparcar. Madre e hija se bajaron del coche y juntas caminaron de la mano hasta la entrada de urgencias. Se notaba la preocupación y nerviosismo de Valeria, que mirando de un lado al otro observaba que la sala de espera de urgencias estaba abarrotada de gente; casi todos eran padres con sus hijos. Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado aquello; el hospital era una locura. De un lado para otro madres y padres desesperados se paseaban con sus niños; niños que en general parecían de la edad de Lara. Y confirmándose lo peor, Valeria se dio cuenta que como ella había muchísimos otros padres que tampoco reconocían a sus hijos. Algunos padres que estaban allí atacados por los nervios sacudían por los hombros a sus hijos suplicándoles inútilmente que les dijeran algo, otros en cambio pensando que se habían quedado sordos les gritaban a sus hijos para ver si así reaccionaban. El caos del momento llevó a Valeria a su límite cuando vio a un padre gritándole a su mujer que se apartara de su hija; una niña que por su edad y aspecto le hizo volver a preocuparse por su pequeña Lara. Así, invadida por una profunda angustia dio media vuelta y con la niña en brazos Valeria salió corriendo de allí y volvieron al coche. Sin pensarlo dos veces Valeria puso rumbo de vuelta a la casa. Era tal la tensión e impotencia que Valeria estaba soportando que con las lágrimas en los ojos lo único que quería era encontrar un poco de sentido a la locura que acababa de ver, y así se le ocurrió encender la radio; en ese momento la voz de una periodista decía:
- “…y recordamos que las personas afectadas no deben acudir a los hospitales. Las autoridades informan que el virus ya ha sido aislado y que en pocos horas tendrán las primeras vacunas. Y repetimos, que la gente no se ponga nerviosa. Intenten seguir con su vida normal, como si no pasara nada.”
Valeria entonces detuvo el coche y apagó el motor; ya estaban devuelta en casa. Las noticias por la radio no habían tranquilizado a esta madre que preocupada por proteger a su hija, cargó con su hija en brazos hasta estar dentro de casa. Una vez allí, Valeria cerró la puerta y bajó a su niña al suelo, y poniéndose de rodillas frente a ella y colocando sus manos sobre los hombros de su hija, le dijo entre lágrimas y con voz rota:
- ¡Lara dime algo! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
Lara entonces dirigió su mirada desde el suelo a los ojos de su madre y le dijo:
- Valeria… yo no soy tu Lara.
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